Parece difícil no pensar en grandes directores como John Ford, Alfred Hitchcock o Willy Wilder sin nombrar a aquellos que dieron vida a sus ideas; se llamen John Wayne, James Stewart o Jack Lemmon. Y aún parece más improbable que en los años venideros no se ligue el nombre de Martin Scorsese, no solo a Robert De Niro, sino también a Leonardo Di Caprio. Sin llegar a la altura de la simbiosis con De Niro, protagonista de 18 de sus largometrajes, Scorsese ha encontrado en Di Caprio un brillante camino para reencontrarse a sí mismo en su segundo advenimiento. El director neowyorkino nunca dejó de ser brillante pero desde finales de los ochenta había dejado a un lado la excelencia, sin contar, claro está, con rayos de luz como Casino. Gracias a su asociación con De Niro, no solo descubrimos uno de los mejores talentos interpretativos de la historia del cine, sino a un director capaz de aunar a crítica y público. De Malas Calles, su primera colaboración con De Niro, a Toro Salvaje y Taxi Driver. Los años ochenta fueron dominados por directores únicos, con un lenguaje cinematográfico propio impregnado en el cine más mainstream y entrando por la puerta grande de la cultura pop.
Desde 1973 con Malas Calles, Scorsese dio muestras de su talento en lo que ha
dirección de actores se refiere, catapultando a dos de los mayores talentos de
final de siglo como Harvey Keitel y Robert De Niro. Sin embargo, si algo ha
caracterizado la carrera del director newyorkino ha sido su afinidad al cine
clásico; desde su tratamiento de la amistad en Malas Calles al más puro estilo Hawks, pasando por el tratamiento
del biopic musical con New
York, New York y El último Vals y
el stan up cómico con El rey de la comedia, film que contó con
la interpretación de Jerry Lewis, uno de los estandartes del slap stick. Esa cultura cinematográfica
se debe ante todo a su filiación al grupo movie
brats, un grupo de directores llamados así por ser los primeros en estudiar
cinematografía en una Universidad. A este selecto grupo pertenecen gran parte
del groso de los directores del llamado Nuevo Hollywood: Bogdanovich, Coppola,
Friedkin, Spielberg, De Palma y Scorsese.
Esa cultura cinéfila de la que se empaparon en la Universidad les llevó
a “despreciar” las obras clásicas como inspiración para sus películas,
prefiriendo como fuente de ideas para sus filmes a los grandes realizadores del
séptimo arte como Ford o Hawks, responsables de las películas con las que los movie brats crecieron.
MADE IN LITTLE ITALY: LOS COMIENZOS DE UN GENIO
MADE IN LITTLE ITALY: LOS COMIENZOS DE UN GENIO
Criado en el barrio neowyorkino de Little Italy,
Scorsese siempre ha demostrado una marcada conciencia por sus orígenes. No
hablamos solo de películas de mafiosos, sino de filmes que retratan a modo de
gran crónica la vida en la pequeña Italia. Desde What that knoking at my door?, su primer largo, y Malas Calles, Scorsese siempre fue fiel
a sí mismo, a la cultura del barrio y a su familia, partícipe en los primeros
trabajos del director, su madre en maquillaje, su padre en vestuario. Fruto de
esa pasión por sus raíces nació su gran amistad con el actor Robert De Niro,
otro conciezado inquilino de la pequeña Italia y director de la contracrónica scorsesiana llamada Historias del Bronx.
Profundamente deprimido por el fracaso de New York, New York, De Niro fue capaz de
convencer a Scorsese de no abandonar el mundo del celuloide. Gracias a la
insistencia del actor, Scorsese logró superar su adicción a la cocaína
para rodar Toro Salvaje, filme en blanco y negro, estéticamente perfecto que
permitió a De Niro conseguir su único
Oscar como mejor actor, aunque unos años atrás ya se había alzado con la
estatuilla a mejor actor de reparto por su participación en El Padrino II. Scorsese estaba
convencido de que Toro Salvaje era su
última película y gracias a esa obsesión se dedicó en cuerpo y alma a la
producción de la misma. Contó con tres de sus colaboradores más habituales y
brillantes: Paul Schrader en el guion y el tándem Joe Pesci y De Niro en la
palestra. La película parece estar orquestada en torno a De Niro, verdadero dueño de la película
gracias a la magistral dirección de Scorsese y la colosal transformación física
del actor, quien, absorbido totalmente por el personaje del boxeador Jake La
Motta, engordó 30 kilos para aparecer
con tal estado durante una escasa media hora. Esa simbiosis, les permitió
realizar uno de los mejores films de la historia, elegida en el puesto número 4
de las 100 mejores películas por el American Film Institute.
En cuanto
a El color del dinero, se trata de un
filme menor, una secuela por debajo de El
buscavidas de Robert Rossen, pero que le valió a Paul Newman su segundo
Oscar al recuperar a un vetusto Eddie
Felson. Scorsese volvió a añorar las mieles del éxito con La última tentación de Cristo, donde Willem Dafoe interpreta al
hijo de Dios más mortal y humanizado que se recuerda. Un nuevo fracaso
comercial pero que gracias a la polémica surgida, a su impecable armonía visual
y al hecho de que estuviera prohibida durante 15 años en algunos países, le
valieron de nuevo el prestigio y la admiración de la crítica.
DESPIDIENDO A ROBERT DE NIRO: DE UNO DE LOS NUESTROS A CASINO
Los 90 empezaron bien para Scorsese gracias al éxito del cortometraje Made in Milan en torno a la figura de Giorgio Armani y a su crónica histórica sobre Little Italy en Uno de los Nuestros en 1990, uno de los relatos más crudos del llamado sueño americano. La película narra la vida del gangster Henry Hill y está basada en el libro Wiseguy, del escritor y periodista Nicholas Pegg, quien a su vez es también guionista de Casino. El director siempre fue reticente a abordar el universo mafioso newyorkino con el que ya había trabajado en sus inicios con What that knoting at my door? y Malas Calles. Tras sopesar los pros y los contras se lanzó a la producción de la película, coescribiendo el guion junto a Pegg y con un plantel de lujo formado por Ray Liotta, Joe Pesci y Robert De Niro. El resultado fue el que todos conocemos y Scorsese logró realizar una de las mejores películas de gangster de la historia del cine y obra de referencia en lo que al neo noir se refiere. Volvió Scorsese al biopic más atópico y a sopesar las incoherencias del sueño americano, del poder como exuberante camino hacia el éxito y del sentimiento de culpabilidad y redención que este finalmente conlleva. En Uno de los Nuestros, Scorsese no sólo toma como punto de partida a la sociedad americana sino que también lo toma de sus anteriores personajes como Travis Vickle (Taxi Driver), Cristo (La última tentación de Cristo) o Jake La Motta (Toro Salvaje). Tan sólo con ese plano secuencia que persigue a Ray Liotta a través de la puerta de atrás del restaurante es capaz de transmitir todas estas ideas. Pocos directores de su generación han utilizado con tal eficacia el lenguaje cinematográfico al servicio de la narrativa como lo ha hecho Scorsese. A pesar de todo, Uno de los Nuestros fue apabullada inmerecidamente en los Oscars en favor de Kevin Costner y su Bailando con Lobos. El único que saboreó las mieles del éxito fue Joe Pesci, mejor actor de reparto. Esta vez, la influencia de Scorsese en la crítica y en la cultura pop yankee fue equiparable al éxito en taquilla de la película, recaudando 50 millones únicamente en EEUU.
DESPIDIENDO A ROBERT DE NIRO: DE UNO DE LOS NUESTROS A CASINO
Los 90 empezaron bien para Scorsese gracias al éxito del cortometraje Made in Milan en torno a la figura de Giorgio Armani y a su crónica histórica sobre Little Italy en Uno de los Nuestros en 1990, uno de los relatos más crudos del llamado sueño americano. La película narra la vida del gangster Henry Hill y está basada en el libro Wiseguy, del escritor y periodista Nicholas Pegg, quien a su vez es también guionista de Casino. El director siempre fue reticente a abordar el universo mafioso newyorkino con el que ya había trabajado en sus inicios con What that knoting at my door? y Malas Calles. Tras sopesar los pros y los contras se lanzó a la producción de la película, coescribiendo el guion junto a Pegg y con un plantel de lujo formado por Ray Liotta, Joe Pesci y Robert De Niro. El resultado fue el que todos conocemos y Scorsese logró realizar una de las mejores películas de gangster de la historia del cine y obra de referencia en lo que al neo noir se refiere. Volvió Scorsese al biopic más atópico y a sopesar las incoherencias del sueño americano, del poder como exuberante camino hacia el éxito y del sentimiento de culpabilidad y redención que este finalmente conlleva. En Uno de los Nuestros, Scorsese no sólo toma como punto de partida a la sociedad americana sino que también lo toma de sus anteriores personajes como Travis Vickle (Taxi Driver), Cristo (La última tentación de Cristo) o Jake La Motta (Toro Salvaje). Tan sólo con ese plano secuencia que persigue a Ray Liotta a través de la puerta de atrás del restaurante es capaz de transmitir todas estas ideas. Pocos directores de su generación han utilizado con tal eficacia el lenguaje cinematográfico al servicio de la narrativa como lo ha hecho Scorsese. A pesar de todo, Uno de los Nuestros fue apabullada inmerecidamente en los Oscars en favor de Kevin Costner y su Bailando con Lobos. El único que saboreó las mieles del éxito fue Joe Pesci, mejor actor de reparto. Esta vez, la influencia de Scorsese en la crítica y en la cultura pop yankee fue equiparable al éxito en taquilla de la película, recaudando 50 millones únicamente en EEUU.
No logró alcanzar el
potencial de su talento en sus siguientes trabajos; ni en la menospreciada La edad de la inocencia junto a Daniel
Day Lewis, ni en el biopic scorsesiano sobre el Dalai Lama en Kundum. Ni siquiera lo logró en El cabo del miedo, remake de El cabo del terror de Jack Lee Thompson,
un filme salvado por la magnífica actuación de Robert De Niro que de nuevo
actúa como un astro sobre el que los demás personajes, incluido Nick
Nolte, giran en torno a él. A pesar de
todo, Scorsese consiguió variar su registro rodando en el sudeste de la costa
estadounidense y alcanzar los 79 millones de recaudación en taquilla, una cifra
ligeramente superior a la lograda con La
edad de la inocencia. Sus éxitos comerciales apuntalaron al director
italianoamercano a la cúspide. Las productoras se lo rifaban, y así surgió Casino.
Para Casino, Scorsese
contó de nuevo con el groso del equipo de Uno
de los nuestros, con Pegg escribiendo y el ya consolidado tándem Pesci-De
Niro al mando. Obra brillante, pero quizás demasiado similar en cuanto a forma
y estilo a Uno de los Nuestros. No
tiene por qué ser esto algo malo, ni siquiera por el hecho de que Joe
Pesci parezca volver a reencarnar al
mafioso Thomas Desimone, ni siquiera porque
Sharon Stone sea la antítesis de
Lorraine Bracco. Quizás su poderío emerja de los personajes retratados por Pegg
en Casino, Love & Honor in Las Vegas,
obra basada en los personajes reales que dominaron Las Vegas durante los años
70. La magnífica actuación de De Niro es fruto de su obsesión por preparar
minuciosamente todos sus papeles; así aumento cerca de 30 kilos para Toro Salvaje o trabajó durante 4 semanas
como taxista para encarnar a Travis Vickle en Taxi Driver. En esta ocasión, De Niro pasó mucho tiempo junto a al
auténtico Rosenthal en Florida, trabando una gran amistad. Con Casino, Scorsese volvió a documentar la
cara B de América desde el éxito, el fracaso, la destrucción del núcleo
familiar y la desmedida violencia de
aquellos capaces de saborear las mieles del éxito. No se trata, no obstante, de
un remake de Uno de los nuestros,
sino otra forma de tratar los leit motivs
propios del cine de Scorsese, desde otro prisma y desde otro paisaje: Las
Vegas. Terminaría la década dirigiendo a
Nicholas Cage en Al límite, filme
irregular que no logró reconciliarle con el público. No obstante, en cuanto a
pseudo remake de Taxi Driver; Al
límite encuentra su poderío como cara B del frenetismo newyorkino al
volante.
Y SCORSESE ENCONTRÓ A DiCAPRIO: GANGSTERS, BROKERS Y ROCKEROS
En una de las visitas semanales de la familia Scorsese a la
catedral de San Patricio, al pequeño Martin le sorprendió que en pleno gueto italiano la iglesia estuviera dedicada
a un santo irlandés. Más tarde descubriría que los inmigrantes de Sicilia y
Calabria habían conseguido, medio siglo atrás, conquistar las calles del sur de
Manhattan a los irlandeses tras una ardua batalla campal. De tal gesta nació
más tarde Gangs of New York, su
primera colaboración con Leonardo DiCaprio.
El combate tuvo como escenario The
Five Points, donde se encuentra actualmente Chinatown, cerca del hormigueo
de Little Italy. Pertenecer a un gueto
tan alejado del centro de la Gran Manzana produjo en Scorsese la sensación de
sentirse como un inmigrante, como un outsider.
De ahí el empeño de llevar a la gran pantalla la historia de la venganza de
Amsterdam Vallon, un inmigrante italiano cuyo padre había sido asesinado por el sanguinario Bill el
Carnicero. No se escatimaron medios, ni dólares, para la producción del que iba
a ser uno de los mayores éxitos de Martin Scorsese, a pesar de que el resultado
no acabase por contentar ni al propio director, muy enfadado con el final cut a cargo del productor Harvey Weinstein.
El primer presupuesto estuvo fijado en 86 millones de dólares y contaba con la participación de la estrella
en ciernes Leonardo DiCaprio, triunfal tras rodar Titanic, y con Robert De Niro, quien iba a dar vida a Bill el
Carnicero, aunque, como todos sabemos, el papel recaería finalmente en Daniel
Day Lewis. A pesar del fracaso de la
película, hay que entender Gangs of New
York como la forma de dar coherencia histórica a todas las inquietudes que
habían despertado en Scorsese a lo largo de su filmografía: el camino hacía el
éxito, que es el sueño americano per se,
la violencia intrínseca en la sociedad y la caída de los dioses del panteón
callejero newyorkino. Son rudos, beodos y
moralmente cuestionables, pero estos son los hombres que construyeron el
país. “These are the hands that built America. Russian, Sioux, Dutch, Hindu,
Polish, Iris, German, Italian” reza la canción que cierra la película a cargo de
U2, mientras vemos, a vista de pájaro, como se construyen literalmente los
pilares de lo que algún día será la Gran
Manzana.
Sin saberlo,
Scorsese había encontrado en el joven DiCaprio a la nueva encarnación de su
estilo, a su nuevo Robert De Niro. Volvió a contar con él dos años más tarde
para El Aviador, monografía del
millonario y productor Howard Hughes. El film supone la primera incursión del
director en los entresijos de Hollywood, sin contar con documentales previos
como Un viaje personal con Martin
Scorsese a través del cine americano o Mi
viaje Italia. Scorsese realiza un estrambótico ensayo de falsos parecidos,
lo que hace que Jude Law se parezca más a Robin Hood que a Errol Flynn, que Kate Beckinsale no esté a la altura de
Ava Gardner o que Cate Blanchett parezca una caricatura de la gran Katherine
Hepburn. La actuación de Di Caprio
tampoco pasará como una de las mejores que se le recuerden, aunque parte de
culpa recae en Scorsese, quien dirige un filme más cercano a Hollywood Babilonia que al excéntrico
Howard Hughes, quien produjo, entre otras, el Scarface de Hawks. Sin embargo, El
Aviador consiguió hacer caja con sus 110 millones de recaudación. Mientras
DiCaprio liquide la taquilla ya vendrán
tiempos mejores.
Continuó Scorsese
con su melomanía dirigiendo una serie de documentales sobre los orígenes del
blues en África y realizando el afamado No
Direction Home en honor a Bob Dylan y Shine
a Light, documental dedicado a sus satánicas majestades y al concierto que
dieron en San Francisco en 1969, el más multitudinario de los Rolling Stones.
Entre medias, Scorsese volvió al neo noir
con Infiltrados, aclamadísima
producción con un reparto de lujo: Leonardo Di Caprio, Matt Damon, Jack
Nicholson, Vera Famiglia y Mark Wallberg.
Como hiciera con Gangs of New
York, la película también está construida en torno a una figura monstruosa;
cambien a Bill el Carnicero por el mafioso Frank Costello y a Lewis por
Nicholson. Infiltrados fue catalogada por la revista Cahiers du Cinema como “el
film más político de Scorsese”, aunque el soberbio guion de William Monahan
lograra encubrir a primera vista que Infiltrados
habla más del fracaso de la sociedad tras los convulsos años 70 que del crimen
organizado a nivel estatal. Así abre la película, sobre el fondo de los motines raciales de Boston mientras
suenan los Stone y su Guimme Shelter:
“War, children, it´s just a shot away, it´s just a shot away”. Además, se
trata de un remake del thriller Infernal
Affairs de los directores Siu Fai Mark y Wai Keung Lau, nativos de Hong
Kong. Tras tantos intentos fallidos,
DiCaprio consigue realizar una brillante actuación, conmovedor como policía
inmolado ante lo absurdo de su misión. Scorsese logra intensificar los polos
opuestos de su película: el barroquismo de Nicholson y el patetismo de
DiCaprio. A parte de recaudar unos
escalofriantes 288 millones, Infiltrados logró
alzarse con 4 galardones durante la ceremonia de los Oscar, entre ellos el de
mejor dirección y el de mejor película.
Debido al éxito
obtenido por el filme, Paramount pidió a Scorsese que adaptara un best seller
de Dennis Lehane, en vez de la que preparaba de la novela El Silencio, del japonés Shusaku Endo, una historia sobre un
sacerdote católico apóstata en el Japón del siglo XVII. Así nació Shutter Island, cuarta colaboración con
DiCaprio en un blockbuster realizado
para reventar la taquilla. Los días antes de su estreno, los rumores sobre el
futuro de Scorsese se disparaban como la pólvora. Uno de ellos apuntaba a una
nueva colaboración con Robert De Niro, actor que si bien ha funcionado lejos de
la influencia de Scorsese bajo la tutela de directores de la altura de Coppola
(El Padrino II), Bertolucci (Novecento) o Leone (Érase una vez en América), había dejado a un lado el cine de
calidad desde finales de los noventa, enfrascado en comedias simplonas como la
saga Los padres de ella o Una terapia peligrosa. No obstante,
dicha colaboración no llegará hasta el lejano 2016 con The Irishman, un viejo proyecto del director de Little Italy. Otros
rumores sí que se hicieron realidad y Scorsese produjo la sensacional serie de
la HBO Boardwalk Empire, llegando a
dirigir su piloto, y llevando a cabo un año después su fábula La invención de Hugo, cenit de su
desatada cinefilia. Irregular, aunque estéticamente visionaria gracias a su
impresionante fotografía en 3-D, el filme solo llegó a funcionar durante su
segunda parte, cuando aparece en escena el verdadero yo de Ben Kinsgley, quien
interpreta al legendario George Melies, pionero del séptimo arte y hacedor de
sueños gracias a sus trucos fantasmagóricos. Este homenaje al genio francés
llegó a continuación del documental Una
carta a Elia, dedicado a la figura del director Elia Kazan y a la ciudad de Nueva York. No estuvo exento de polémica,
cómo no, dedicar una pieza cinematográfica a uno de los personajes más odiados
de Hollywood; chivato durante la vil Caza de Brujas del Mcarthismo, manipulador
en su defensa con La ley del silencio,
pero uno de los más bellos y conmovedores realizadores del Hollywood clásico.
Ahora, con El Lobo de Wall Street y sus cinco
nominaciones a los Oscars, Scorsese vuelve a la carga del éxito… y en busca de
la conciencia pública. Leonardo DiCaprio da vida al que posiblemente sea el
estereotipo favorito de Scorsese, encarnación del sueño americano, del anhelado
éxito y de la consecuente caída al fracaso. No es casualidad que Scorsese haya
tomado como punto de partida la autobiografía del ex bróker de Wall Street
Jordan Belfort, paradigma del capitalismo yankee,
en un contexto de crisis económica y de valores. Si Amsterdam simbolizaba
la violencia intrínseca en la fundación de la nación, como Travis Vickle (Taxi Driver) lo hacía con las
consecuencias de Vietnam o Billu Costigan (Infiltrados)
con el cisma de la sociedad civil de los 70; Jordan Belfort aglutina a
aquellos que nos han llevado a donde estamos, siguiendo el camino –fácil- hacia
el éxito, sin detenerse a mirar las cabezas de aquellos a los que pisaba. El
tono cómico y maliciosamente irónico de la película, inédito desde El rey de la comedia (1982) y ¡Jo, qué noche! (1985), no hace más
que subrayar la incoherencia del sueño americano, despiadado con quien lo
persigue, desalmado en sus consecuencias.
El poderoso plantel de El lobo de
Wall Street, habla por sí mismo; DiCaprio y Jonah Hill a los mandos, como
otrora lo hicieran De Niro y Pesci, y en un plano casi testimonial Matthew
McConaughey, Jean Dujardin y Jon Favreau. Todos quieren trabajar junto al
director más influyente del posmodernismo estadounidense, todos quieren
acercarse al genio de Little Italy.
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