viernes, 17 de enero de 2014

El sueño americano, por Martin Scorsese


 


  Parece difícil no pensar en grandes directores como John Ford, Alfred Hitchcock o Willy Wilder sin nombrar a aquellos que dieron vida a sus ideas; se llamen John Wayne, James Stewart o Jack Lemmon. Y aún parece más improbable que en los años venideros no se ligue el nombre de Martin Scorsese, no solo a Robert De Niro, sino también a Leonardo Di Caprio. Sin llegar a la altura de la simbiosis con De Niro, protagonista de 18 de sus largometrajes, Scorsese ha encontrado en Di Caprio un brillante camino para reencontrarse a sí mismo en su segundo advenimiento. El director neowyorkino nunca dejó de ser brillante pero desde finales de los ochenta había dejado a un lado la excelencia, sin contar, claro está, con rayos de luz como Casino. Gracias a su asociación con De Niro, no solo descubrimos uno de los mejores talentos interpretativos de la historia del cine, sino a un director capaz de aunar a crítica y público. De Malas Calles, su primera colaboración con De Niro, a Toro Salvaje y Taxi Driver.  Los años ochenta fueron dominados por directores únicos, con un lenguaje cinematográfico propio impregnado en el cine  más mainstream y entrando por la puerta grande de la cultura pop.


Desde 1973 con Malas Calles, Scorsese dio muestras de su talento en lo que ha dirección de actores se refiere, catapultando a dos de los mayores talentos de final de siglo como Harvey Keitel y Robert De Niro. Sin embargo, si algo ha caracterizado la carrera del director newyorkino ha sido su afinidad al cine clásico; desde su tratamiento de la amistad en Malas Calles al más puro estilo Hawks, pasando por el tratamiento del biopic musical con  New York, New York y El último Vals y el stan up cómico con El rey de la comedia, film que contó con la interpretación de Jerry Lewis, uno de los estandartes del slap stick. Esa cultura cinematográfica se debe ante todo a su filiación al grupo movie brats, un grupo de directores llamados así por ser los primeros en estudiar cinematografía en una Universidad. A este selecto grupo pertenecen gran parte del groso de los directores del llamado Nuevo Hollywood: Bogdanovich, Coppola, Friedkin, Spielberg, De Palma y Scorsese.  Esa cultura cinéfila de la que se empaparon en la Universidad les llevó a “despreciar” las obras clásicas como inspiración para sus películas, prefiriendo como fuente de ideas para sus filmes a los grandes realizadores del séptimo arte como Ford o Hawks, responsables de las películas con las que los movie brats crecieron.



 MADE IN LITTLE ITALY: LOS COMIENZOS DE UN GENIO
Criado en el barrio neowyorkino de Little Italy, Scorsese siempre ha demostrado una marcada conciencia por sus orígenes. No hablamos solo de películas de mafiosos, sino de filmes que retratan a modo de gran crónica la vida en la pequeña Italia. Desde What that knoking at my door?, su primer largo, y Malas Calles, Scorsese siempre fue fiel a sí mismo, a la cultura del barrio y a su familia, partícipe en los primeros trabajos del director, su madre en maquillaje, su padre en vestuario. Fruto de esa pasión por sus raíces nació su gran amistad con el actor Robert De Niro, otro conciezado inquilino de la pequeña Italia y director de la contracrónica scorsesiana llamada Historias del Bronx.


 Profundamente deprimido por el fracaso de New York, New York, De Niro fue capaz de convencer a Scorsese de no abandonar el mundo del celuloide. Gracias a la insistencia del actor, Scorsese logró superar su adicción a la cocaína para  rodar Toro Salvaje, filme en blanco y negro, estéticamente perfecto que permitió a De Niro conseguir  su único Oscar como mejor actor, aunque unos años atrás ya se había alzado con la estatuilla a mejor actor de reparto por su participación en El Padrino II. Scorsese estaba convencido de que Toro Salvaje era su última película y gracias a esa obsesión se dedicó en cuerpo y alma a la producción de la misma. Contó con tres de sus colaboradores más habituales y brillantes: Paul Schrader en el guion y el tándem Joe Pesci y De Niro en la palestra. La película parece estar orquestada en torno a  De Niro, verdadero dueño de la película gracias a la magistral dirección de Scorsese y la colosal transformación física del actor, quien, absorbido totalmente por el personaje del boxeador Jake La Motta, engordó  30 kilos para aparecer con tal estado durante una escasa media hora. Esa simbiosis, les permitió realizar uno de los mejores films de la historia, elegida en el puesto número 4 de las 100 mejores películas por el American Film Institute.



  Durante los ochenta también surgió uno de los mayores éxitos de Scorsese: Taxi Driver, con guion de Paul Schrader,uno de los mayores talentos de Hollywood, quien se inspiró en sus correría nocturnas tras su divorcio. Taxi Driver está impregnada hasta los huesos de la influencia de  dos cintas capitales en la historia de la cinematografía norteamericana: Duelo al sol y Centauros del Desierto. Travis Vickle (Robert De Niro) recuerda mucho a aquel John Wayne, perdedor en la Guerra Civil y transformado por accidente en héroe patrio tras salvar a su sobrina de las garras del temible comanche Cicatriz, después, eso sí, de tratar de  asesinarla por haberse combertido en una piel roja. Travis Vickle no es un beodo racista, pero sí que tiene más rasgos de belicosidad que su semejante en Centauros del Desierto, aparte de ser un galán incorrecto (la escena en el cine X rompe totalmente con el decálogo del cortejo hollywoodiense) y mentalmente inestable. Scorsese ya había intentado algo parecido con su primer largometraje Who´s  that knocking at my door?, pero en Taxi Driver consiguió mostrar con más acierto el viraje de aquellos intoxicados por el llamado Síndrome de Vietnam. Esa obsesión por mostrar el transfondo social de la potencia yankee  desde su violencia endémica más visceral siempre ha sido marca registrada de la casa Scorsese y Taxi Driver supone, tal vez, una continuación de uno de sus primeros cortos; The Big Shave,  en el que Peter Bernuth llegaba a desangrarse tras un matutino afeitado. Sangre que en realidad era la  de aquellos que murieron a manos del Vietcong, pero siempre a las órdenes del Tío Sam, el gigante de las manos manchadas.
Eclipsadas por sus mayores éxitos, Scorsese también realizó grandes películas sin obtener, no obstante, el reconocimiento de obras maestras: ¡Jo, qué noche!, El Rey de la Comedia, La última tentación de Cristo y El color del dinero. Aunque imperfectas, las cuatro tienen ese sello scorsesiano que las hace inigualables. Por un lado, El rey de la comedia es posiblemente una de sus películas más reivindicables, ya sea porque Robert De Niro demostró desenvolverse con soltura dentro de cualquier registro actoral, ya sea por su ácido humor negro o por traer de vuelta a Jerry Lewis, cómico por entonces caduco y con muchas equivalencias con el personaje que interpreta. Fue, al igual que otros trabajos de Scorsese como Malas Calles, un fracaso en taquilla y un éxito de crítica. No era la primera vez que Scorsese cambiaba hacia un registro más cómico, aunque siempre ácido y negro; con ¡Jo, qué noche! Scorsese fue capaz de realizar una magnífica crónica visual de las noches newyorkinas, de su absurdo, de su frenético divertimento. Es difícil separarla de Taxi Driver y Al Límite, formando todas una estupenda, aunque irregular, trilogía del calor de la noche en la gran manzana.


  En cuanto a El color del dinero, se trata de un filme menor, una secuela por debajo de El buscavidas de Robert Rossen, pero que le valió a Paul Newman su segundo Oscar al recuperar  a un vetusto Eddie Felson. Scorsese volvió a añorar las mieles del éxito con La última tentación de Cristo, donde Willem Dafoe interpreta al hijo de Dios más mortal y humanizado que se recuerda. Un nuevo fracaso comercial pero que gracias a la polémica surgida, a su impecable armonía visual y al hecho de que estuviera prohibida durante 15 años en algunos países, le valieron de nuevo el prestigio y la admiración de la crítica.


DESPIDIENDO A ROBERT DE NIRO: DE UNO DE LOS NUESTROS A CASINO






   Los 90 empezaron bien para Scorsese gracias al éxito del cortometraje Made in Milan en torno a la figura de Giorgio Armani y a su crónica histórica sobre Little Italy en Uno de los Nuestros en 1990, uno de los relatos más crudos del llamado sueño americano. La película narra la vida del gangster Henry Hill y está basada en el libro Wiseguy, del escritor y periodista Nicholas Pegg, quien a su vez es también  guionista de Casino. El director siempre fue reticente a abordar  el universo mafioso newyorkino con el que ya había trabajado en sus inicios con What that knoting at my door?  y Malas Calles. Tras sopesar los pros y los contras se lanzó a la producción de la película, coescribiendo el guion junto a Pegg y  con un plantel de lujo formado por Ray Liotta, Joe Pesci y Robert De Niro. El resultado fue el que todos conocemos y  Scorsese logró realizar una de las mejores películas de gangster de la historia del cine y obra de referencia en lo que al neo noir se refiere. Volvió Scorsese al biopic más atópico y a sopesar las incoherencias del sueño americano, del poder como exuberante camino hacia el éxito y del sentimiento de culpabilidad y redención que este finalmente conlleva. En Uno de los Nuestros, Scorsese no sólo toma como punto de partida a la sociedad americana sino que también lo toma de sus anteriores personajes como Travis Vickle (Taxi Driver), Cristo (La última tentación de Cristo) o Jake La Motta (Toro Salvaje). Tan sólo con ese plano secuencia que persigue a Ray Liotta a través de la puerta de atrás del restaurante es capaz de transmitir todas estas ideas. Pocos directores de su generación han utilizado con tal eficacia el lenguaje cinematográfico al servicio de la narrativa como lo ha hecho Scorsese. A pesar de todo, Uno de los Nuestros fue apabullada inmerecidamente en los Oscars en favor de Kevin Costner y su Bailando con Lobos. El único que saboreó las mieles del éxito fue Joe Pesci, mejor actor de reparto. Esta vez, la influencia de Scorsese en la crítica y en la cultura pop yankee fue equiparable al éxito en taquilla de la película, recaudando 50 millones únicamente en EEUU.

  No logró alcanzar el potencial de su talento en sus siguientes trabajos; ni en la menospreciada La edad de la inocencia junto a Daniel Day Lewis, ni en el biopic  scorsesiano sobre el Dalai Lama en Kundum. Ni siquiera lo logró en El cabo del miedo, remake de El cabo del terror de Jack Lee Thompson, un filme salvado por la magnífica actuación de Robert De Niro que de nuevo actúa como un astro sobre el que los demás personajes, incluido Nick Nolte,  giran en torno a él. A pesar de todo, Scorsese consiguió variar su registro rodando en el sudeste de la costa estadounidense y alcanzar los 79 millones de recaudación en taquilla, una cifra ligeramente superior a la lograda con La edad de la inocencia. Sus éxitos comerciales apuntalaron al director italianoamercano a la cúspide. Las productoras se lo rifaban, y así surgió Casino.


Para Casino, Scorsese contó de nuevo con el groso del equipo de Uno de los nuestros, con Pegg escribiendo y el ya consolidado tándem Pesci-De Niro al mando. Obra brillante, pero quizás demasiado similar en cuanto a forma y estilo a Uno de los Nuestros. No tiene por qué ser esto algo malo, ni siquiera por el hecho de que Joe Pesci  parezca volver a reencarnar al mafioso Thomas Desimone, ni siquiera porque  Sharon Stone sea  la antítesis de Lorraine Bracco. Quizás su poderío emerja de los personajes retratados por Pegg en Casino, Love & Honor in Las Vegas, obra basada en los personajes reales que dominaron Las Vegas durante los años 70. La magnífica actuación de De Niro es fruto de su obsesión por preparar minuciosamente todos sus papeles; así aumento cerca de 30 kilos para Toro Salvaje o trabajó durante 4 semanas como taxista para encarnar a Travis Vickle en Taxi Driver. En esta ocasión, De Niro pasó mucho tiempo junto a al auténtico Rosenthal en Florida, trabando una gran amistad. Con Casino, Scorsese volvió a documentar la cara B de América desde el éxito, el fracaso, la destrucción del núcleo familiar y  la desmedida violencia de aquellos capaces de saborear las mieles del éxito. No se trata, no obstante, de un remake de Uno de los nuestros, sino otra forma de tratar los leit motivs propios del cine de Scorsese, desde otro prisma y desde otro paisaje: Las Vegas.  Terminaría la década dirigiendo a Nicholas Cage en Al límite, filme irregular que no logró reconciliarle con el público. No obstante, en cuanto a pseudo remake de Taxi DriverAl límite encuentra su poderío como cara B del frenetismo newyorkino al volante.


Y SCORSESE ENCONTRÓ A DiCAPRIO: GANGSTERS, BROKERS Y ROCKEROS


En una de las visitas semanales de la familia Scorsese a la catedral de San Patricio, al pequeño Martin le sorprendió que en pleno  gueto italiano la iglesia estuviera dedicada a un santo irlandés. Más tarde descubriría que los inmigrantes de Sicilia y Calabria habían conseguido, medio siglo atrás, conquistar las calles del sur de Manhattan a los irlandeses tras una ardua batalla campal. De tal gesta nació más tarde Gangs of New York, su primera colaboración con Leonardo DiCaprio.  El combate tuvo como escenario The Five Points, donde se encuentra actualmente Chinatown, cerca del hormigueo de  Little Italy. Pertenecer a un gueto tan alejado del centro de la Gran Manzana produjo en Scorsese la sensación de sentirse como un inmigrante, como un outsider. De ahí el empeño de llevar a la gran pantalla la historia de la venganza de Amsterdam Vallon, un inmigrante italiano cuyo padre había sido  asesinado por el sanguinario Bill el Carnicero. No se escatimaron medios, ni dólares, para la producción del que iba a ser uno de los mayores éxitos de Martin Scorsese, a pesar de que el resultado no acabase por contentar ni al propio director, muy enfadado con el final cut a cargo del productor Harvey Weinstein. El primer presupuesto estuvo fijado en 86 millones de dólares  y contaba con la participación de la estrella en ciernes Leonardo DiCaprio, triunfal tras rodar Titanic, y con Robert De Niro, quien iba a dar vida a Bill el Carnicero, aunque, como todos sabemos, el papel recaería finalmente en Daniel Day Lewis.  A pesar del fracaso de la película, hay que entender Gangs of New York como la forma de dar coherencia histórica a todas las inquietudes que habían despertado en Scorsese a lo largo de su filmografía: el camino hacía el éxito, que es el sueño americano per se, la violencia intrínseca en la sociedad y la caída de los dioses del panteón callejero newyorkino. Son rudos, beodos y  moralmente cuestionables, pero estos son los hombres que construyeron el país.  “These are the hands that built America. Russian, Sioux, Dutch, Hindu, Polish, Iris, German, Italian”  reza  la canción que cierra la película a cargo de U2, mientras vemos, a vista de pájaro, como se construyen literalmente los pilares de  lo que algún día será la Gran Manzana.

  Sin saberlo, Scorsese había encontrado en el joven DiCaprio a la nueva encarnación de su estilo, a su nuevo Robert De Niro. Volvió a contar con él dos años más tarde para El Aviador, monografía del millonario y productor Howard Hughes. El film supone la primera incursión del director en los entresijos de Hollywood, sin contar con documentales previos como Un viaje personal con Martin Scorsese a través del cine americano o Mi viaje Italia. Scorsese realiza un estrambótico ensayo de falsos parecidos, lo que hace que Jude Law se parezca más a Robin Hood que a Errol Flynn,  que Kate Beckinsale no esté a la altura de Ava Gardner o que Cate Blanchett parezca una caricatura de la gran Katherine Hepburn.  La actuación de Di Caprio tampoco pasará como una de las mejores que se le recuerden, aunque parte de culpa recae en Scorsese, quien dirige un filme más cercano a Hollywood Babilonia que al excéntrico Howard Hughes, quien produjo, entre otras, el Scarface de Hawks. Sin embargo, El Aviador consiguió hacer caja con sus 110 millones de recaudación. Mientras DiCaprio liquide la taquilla  ya vendrán tiempos mejores.



   Continuó Scorsese con su melomanía dirigiendo una serie de documentales sobre los orígenes del blues en África y realizando el afamado No Direction Home en honor a Bob Dylan y Shine a Light, documental dedicado a sus satánicas majestades y al concierto que dieron en San Francisco en 1969, el más multitudinario de los Rolling Stones. Entre medias, Scorsese volvió al neo noir con Infiltrados, aclamadísima producción con un reparto de lujo: Leonardo Di Caprio, Matt Damon, Jack Nicholson, Vera Famiglia y Mark Wallberg.  Como hiciera con Gangs of New York, la película también está construida en torno a una figura monstruosa; cambien a Bill el Carnicero por el mafioso Frank Costello y a Lewis por Nicholson.  Infiltrados fue catalogada por la revista Cahiers du Cinema como “el film más político de Scorsese”, aunque el soberbio guion de William Monahan lograra encubrir a primera vista que Infiltrados habla más del fracaso de la sociedad tras los convulsos años 70 que del crimen organizado a nivel estatal. Así abre la película, sobre el fondo  de los motines raciales de Boston mientras suenan los Stone y su Guimme Shelter: “War, children, it´s just a shot away, it´s just a shot away”. Además, se trata de un remake del thriller Infernal Affairs de los directores Siu Fai Mark y Wai Keung Lau, nativos de Hong Kong.  Tras tantos intentos fallidos, DiCaprio consigue realizar una brillante actuación, conmovedor como policía inmolado ante lo absurdo de su misión. Scorsese logra intensificar los polos opuestos de su película: el barroquismo de Nicholson y el patetismo de DiCaprio.  A parte de recaudar unos escalofriantes 288 millones, Infiltrados logró alzarse con 4 galardones durante la ceremonia de los Oscar, entre ellos el de mejor dirección y el de mejor película. 







  Debido al éxito obtenido por el filme, Paramount pidió a Scorsese que adaptara un best seller de Dennis Lehane, en vez de la que preparaba de la novela El Silencio, del japonés Shusaku Endo, una historia sobre un sacerdote católico apóstata en el Japón del siglo XVII. Así nació Shutter Island, cuarta colaboración con DiCaprio en un blockbuster realizado para reventar la taquilla. Los días antes de su estreno, los rumores sobre el futuro de Scorsese se disparaban como la pólvora. Uno de ellos apuntaba a una nueva colaboración con Robert De Niro, actor que si bien ha funcionado lejos de la influencia de Scorsese bajo la tutela de directores de la altura de Coppola (El Padrino II), Bertolucci (Novecento) o Leone (Érase una vez en América), había dejado a un lado el cine de calidad desde finales de los noventa, enfrascado en comedias simplonas como la saga Los padres de ella o Una terapia peligrosa. No obstante, dicha colaboración no llegará hasta el lejano 2016 con The Irishman, un viejo proyecto del director de Little Italy. Otros rumores sí que se hicieron realidad y Scorsese produjo la sensacional serie de la HBO Boardwalk Empire, llegando a dirigir su piloto, y llevando a cabo un año después su fábula La invención de Hugo, cenit de su desatada cinefilia. Irregular, aunque estéticamente visionaria gracias a su impresionante fotografía en 3-D, el filme solo llegó a funcionar durante su segunda parte, cuando aparece en escena el verdadero yo de Ben Kinsgley, quien interpreta al legendario George Melies, pionero del séptimo arte y hacedor de sueños gracias a sus trucos fantasmagóricos. Este homenaje al genio francés llegó a continuación del documental Una carta a Elia, dedicado a la figura del director  Elia Kazan y a la ciudad  de Nueva York. No estuvo exento de polémica, cómo no, dedicar una pieza cinematográfica a uno de los personajes más odiados de Hollywood; chivato durante la vil Caza de Brujas del Mcarthismo, manipulador en su defensa con La ley del silencio, pero uno de los más bellos y conmovedores realizadores del  Hollywood clásico.



  Ahora, con El Lobo de Wall Street y sus cinco nominaciones a los Oscars, Scorsese vuelve a la carga del éxito… y en busca de la conciencia pública. Leonardo DiCaprio da vida al que posiblemente sea el estereotipo favorito de Scorsese, encarnación del sueño americano, del anhelado éxito y de la consecuente caída al fracaso. No es casualidad que Scorsese haya tomado como punto de partida la autobiografía del ex bróker de Wall Street Jordan Belfort, paradigma del capitalismo yankee, en un contexto de crisis económica y de valores. Si Amsterdam simbolizaba la violencia intrínseca en la fundación de la nación, como Travis Vickle (Taxi Driver) lo hacía con las consecuencias de Vietnam o Billu Costigan (Infiltrados) con el cisma de la sociedad civil de los 70; Jordan Belfort aglutina a aquellos que nos han llevado a donde estamos, siguiendo el camino –fácil- hacia el éxito, sin detenerse a mirar las cabezas de aquellos a los que pisaba. El tono cómico y maliciosamente irónico de la película, inédito desde El rey de la comedia (1982) y ¡Jo, qué noche! (1985), no hace más que subrayar la incoherencia del sueño americano, despiadado con quien lo persigue, desalmado en sus consecuencias.  El poderoso plantel de El lobo de Wall Street, habla por sí mismo; DiCaprio y Jonah Hill a los mandos, como otrora lo hicieran De Niro y Pesci, y en un plano casi testimonial Matthew McConaughey, Jean Dujardin y Jon Favreau. Todos quieren trabajar junto al director más influyente del posmodernismo estadounidense, todos quieren acercarse al genio de Little Italy.



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