lunes, 29 de octubre de 2012

Una apuesta arriesgada

Valiente, surrealista, atrevida, suicida,... Así podría catalogarse la ópera prima de David Lynch Cabeza borradora (Erasehead, 1978), con los típicos calificativos que se dan cuando no quieres quedar mal con alguien, con esas medias verdades que ocultan una realidad hiriente. Lo cierto es que no quiero faltar a un director a quien siempre he defendido y que en pocas ocasiones me ha defraudado, pero lo cierto es que con este film se arriesgó y mucho. Es lo que en argot ludópata se denominaría all in: o te sale bien y te conviertes en el director de Blue Velvet (1977) o te sale mal y pasas a ser recordado como el tío ese que hacía cortos raros. De acuerdo, Henry Spencer es el germen de la gran mayoría de personajes de Lynch, pero también es cierto que esta película le podría haber salido tan mal como para no volver a dirigir nunca más, o por lo menos no hubiera tenido la libertad de la que ha gozado, salvo alguna excepción, a lo largo de su carrera.



 El caso es que, desde el principio, todo fueron complicaciones para el pobre Lynch. Nadie daba un duro por el proyecto, de hecho no puedo parar de imaginar las caras de los productores que, estupefactos, leían el guión de Cabeza borradora. Lynch es uno de esos cineastas que deben hacerse un nombre antes de poder ser financiados, uno tan especial que de no ser por el nombre que se ha labrado no tendría cabida en el mercado comercial actual , uno de esos que se ven obligados a dirigir bodrios del calibre de Dune (1984) para encontrar financiación para sus propios proyectos. 

  Debido al nulo interés en la película, Lynch tardó seis años en rodarla. Él mismo se ocupó de todo menos de actuar; dirigió, escribió el guión, compuso la música, realizó los decorados y se encargó de los efectos especiales de la película. Finalmente, para financiarla, Lynch tuvo que echar mano de sus amigos y familiares, sobre todo de su colega de la infancia Jack Fisk, quien estaba casado con la actriz Sissy Spaceck (JFK, Una historia verdadera, The help). Con un presupuesto de 10.000 dólares consiguió rodar su Cabeza Borradora, una película basada en sus amargas experiencias en la ciudad de Philadelphia, basada al fin y al cabo en sus inquietantes rarezas. 

  Eso sí, lo que no logró fue rodar al año siguiente Ronnie Rocket, la segunda parte del film en la que tras un accidente, un joven sería curado por unos científicos y condenado por ello a "enchufarse" a una gabardina para poder sobrevivir. Pecata minuta, lo más bizarro del film serían unos hombres-donut con el superpoder de hacer que a todos aquellos que les cayeran mal se le derritieran las manos. Estos malvados seres únicamente podrían ser derrotados si alguien les avisaba de que tenían los cordones desabrochados. No es broma, es Lynch. 

1 comentario:

  1. Aún me dura el flipe. Desde luego Lynch los tenía cuadrados y confiaba en sí mismo. Lo de confiar en uno mismo es condición sine qua non del artista que, aferrándose más que al amor propio, al amor por la obra propia,logra imponerse al rechazo. Claro que es un arma de doble filo, y si no ahí tenemos a Ed Wood, que con su fe inquebrantable logró elevarse al altar de los mayores chapuceros de la historia del cine. Pero ¿quién nos dice si estamos equivocados o no?
    Por eso hay que seguir, y por eso esta "Cabeza borradora" me cae bien, y no descarto que en un arrebato de masoquismo místico vuelva a recrearme en esa rubia mofletuda que baila al compás de una lluvia de gametos, o en el llanto de pesadilla del bebé con cabeza de cordero.
    Coño, pero la próxima vez con unas cervezas mediante.

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