En vísperas de la inminente Segunda Guerra Mundial, el
espíritu del pacifismo reinaba dentro del cine norteamericano y del
soviético hasta el pacto Ribbentrop-Molotov.
Más que El Gran Dictador (The Great Dictator, 1940) que no se estrenó hasta
finalizar la guerra, la obra de mayor repercusión fue Confessions of a Nazy
Spy (1939), que provocó un incidente diplomático entre Washington y Berlín.
En Francia, el país más amenazado en occidente por el titán germano, las
representaciones antifascistas eran escasas, predominando más bien ese
sentimiento pacifista que pretendía detener el conflicto. Jean Renoir,
basándose en las evasiones reales de uno de sus compañeros de armas durante la
Gran Guerra, dirigió con éxito La Grande
Illusion (1937), una
película en sintonía con la ideología del Frente Popular francés.
El temible auge
del nazismo hacía prever la futura invasión germana de Francia, por lo que el
Frente Popular quiso contar con Jean Renoir como propagador de las ideas
pacifistas y de marcado carácter marxista que pretendían difundir con el
objetivo de concienciar al mundo ante el absurdo de la guerra. Fruto de esa
“amistad” surgirán la ya nombrada La
Grande Illusion y La Marseilleise (1938), films que
trazaron una crítica feroz a la amenaza real del
nazismo por medio del enmascaramiento de este. Ninguna de ellas se articula en
un contexto contemporáneo al del rodaje; la Gran Guerra o la Revolución
Francesa se configuran como pretextos para propagar una serie de ideas. El
enmascaramiento se articula como una cualidad indispensable para el éxito de la
propaganda política, la cual alcanza sus máximas probabilidades de éxito cuando
su leitmotiv se articula en segundo
plano.
La Gran Guerra,
debido al elevado número de sus victimas, suscitó un horror y una reflexión
como ninguna otra lo había conseguido hacer. Antes del cine, la literatura ya
había dado un primer paso con novelas como El Infierno de Henri Barbusse
o Sin novedad en el frente de
Erich María Remarque, al igual que el arte con el grupo Dadá, cuestionando el
absurdo y la violencia innata de cualquier conflicto armado. Además, películas
antibelicistas como Shoulder Arms de Chaplin, la francesa The Man I
Killed (1931) o Westfrom 1918 (1930) abrirán paso a la cinta pacifista de Renoir.
Shoulder Arms de Chaplin |
A pesar de tratarse de un film de marcado pacifismo, La Grande Illusion ha sido, no obstante, interpretada por diversos sectores de la extrema derecha francesa como defensa del orgullo patrio y de la guerra como culmen de la gloria militar. Bajo tal pretexto, el patriotismo se configuraría en el film de Renoir como elemento cohesionador de la sociedad. Por lo tanto, los soldados serían franceses ante todo y poco importarían sus diferencias sociales. La Grande Illusion sería entonces una especie de Sergeant York (Howard Hawks, 1941), en la que Gary Cooper interpreta a un pacifista que es reclutado para combatir en la Gran Guerra y que acaba por convertirse en un gran héroe nacional. Nada más lejos de la realidad; Renoir compone un mensaje vertebrado por el rechazo total a las atrocidades y a los monstruos surgidos de la guerra. En una carta, Renoir brindaba estas palabras a los cineastas norteamericanos, en las que dejaba claro su ideal marxista basado en que lo que de verdad separa a unos hombres de otros no es la nación a la que pertenecen, sino la clase social a la que se ven atados:
"Oigo
vociferar a Hitler en la radio, exigir la partición de Checoslovaquia... he
hecho esta película porque soy pacifista; para mí, un verdadero pacifista es un
francés, un estadounidense, un alemán auténtico. Habrá un día en que los
hombres de buena voluntad encontrarán un espacio para el entendimiento. Los
cínicos dirán que, en la hora actual, mis palabras reflejan una conciencia
pueril. Pero, ¿por qué?"[1]
La película es
además un alegato contra la xenofobia y el antisemitismo, mostrando a
Rosenthal, de creencia judía, como una persona amable y para nada egoísta que
comparte su comida con sus compañeros. El verdadero protagonista de la película
es Marechal, el vulgar mecánico que representa todo lo contrario al espíritu
bélico y patriótico que debería tener el soldado ideal de la época. Marechal
debe escapar junto con Rosenthal para cruzar la frontera con Suiza,
aprovechando el despiste urdido por el Capitán Boeldieu, el perfecto paladín
del paroxismo patriótico francés que en esta ocasión desafiará la confianza y
el afecto mostrado por su extraño amigo, el Capitán Von Ranffenstein. Boeldieu
representa el desencanto por el código de honor bélico, un código anticuado que
superpone el bien de la patria al del individuo.
Su sacrificio
es un alegato en contra del anticuado código militar que vertebraba su vida y
la del Capitán Von Ranffenstein, elemento cohesionador de la amistad surgida
entre ambos y a su vez motivo de ruptura cuando, tras desobedecer ese código
militar, Boeldieu es disparado por la espalda por Von Ranffenstein. Este desafío, supone además el rechazo total
a la amenaza que en aquellos años suponía el nazismo.[2] El ejército
imperial alemán es retratado por el cineasta francés como un grupo de hombres
incultos que queman libros y que no respetan, en la medida de lo posible, los
derechos de los heroicos soldados franceses ni los de los poco honorables
soldados ingleses.
Boldieu y Von Ranffenstein, una extraña amistad |
Esta
comparación con el entonces temible ejército nazi, enmascarada entonces en una
historia de la Primera Guerra Mundial, entraña realmente una feroz crítica al
nazismo como lo harán más tarde otros cineastas como Michael Curtiz con The Adventures of Robin Hood (1938).
Curtiz compone una de las primeras películas antifascistas de Hollywood con
el enfrentamiento entre normandos y
sajones de transfondo; los opresores normandos se asimilaron a los nazis
alemanes y, por ende, los judíos fueron representados por el oprimido pueblo sajón.
De esta forma Robin Hood y los proscritos que desean la vuelta del rey Ricardo
serían algo así como la resistencia al nazismo. Por último nos encontramos con
el pueblo que asiste impotente y pasivo a la ejecución de su héroe, Robin Hood.
La actitud de estos últimos se asemeja sobremanera a la del pueblo alemán, que
al igual que en la película no movieron un solo dedo ante las injusticias que
sucedían a su alrededor, es decir, a la opresión y al salvajismo de los que
fueron víctima los judíos que vivían en Alemania. Resulta reveladora la escena
en la que Robin Hood está a punto de ser ejecutado mientras el pueblo normando
observa inmóvil el temible desenlace que va a tener lugar; el asesinato de un
noble quien, a pesar de resultarle ajena, toma partido por la causa sajona por
medio del sacrificio.
Se podría decir
que la película es un verdadero canto al optimismo, un mensaje a la población
europea de que la barbarie puede ser aniquilada. La película influirá
sobremanera en The Flame and the Arrow (1950) de Jacques
Tourneur, el cual, al igual que el de
Curtiz, se trata de un film optimista y claramente antifascista. Ya sean
sajones, lombardos o judíos, el mensaje de fondo es el mismo. Sin embargo, esta
parábola política quiso llegar más allá esta vez y retratar también la visión
de una pequeña parte de la sociedad norteamericana: la caza de brujas. Los
productores esperaban recibir el
respaldo de los espectadores contra el macartismo con una escena en la que los cómicos,
juglares y equilibristas obtenían el
apoyo del pueblo tras ser reprimidos después de una actuación por los germanos.
No obstante, la mayoría del público sólo vio en las acrobacias de Burt
Lancaster y Cravat un puro y simple entretenimiento. El enmascaramiento fue tan
llevado al extremo que el mensaje oculto se tornó indescifrable y por tanto
totalmente inútil.
[2] Debido a sus
evidentes tintes políticos, la película estuvo prohibida durante mucho tiempo
en Italia, mientras que en Bélgica nunca se estrenó y en Alemania fue incluida
en la particular lista negra de la administración propagandística de Goebbles.
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