Un minero indignado con la
corrupción de los poderes fácticos. Un joven que sufre una inesperada movilidad
laboral. Una recepcionista llevada al límite por la misoginia de sus clientes.
Un inmigrante con una facilidad innata para apretar el gatillo.
El cineasta chino Jia Zangke compone en “Un toque de violencia” el nuevo
relato sobre la nueva China a través de cuatro historias, cuatro muertes que
recorrieron el país asiático de norte a sur, de Shanxi a Guangdong, durante los
últimos años. Tras los documentales
“Ciudad 24” e “Historias de Shangai”,
Zangke vuelve a la carga, a diseccionar como un cirujano la sociedad
china por medio de relatos de gente corriente que, a pesar de las apariencias,
siempre tienen un nexo en común. En “Un toque de violencia”, será su
desesperanzada realidad lo que llevará a
los cuatro protagonistas a encauzar sus vidas hacia la violencia intrínseca de
un país que, a pesar de su patente voracidad económica, es víctima constante de
los comunes picos de violencia que a diario tiñen sus calles de sangre.
Zangke logra que el espectador empatice con sus personajes, que se
conmueva con cada asesinato, con cada muerte que irremediablemente conduce
hacia la manifestación máxima de la violencia china, representada en “Un toque
de violencia” por medio del suicidio. Parece impensable lograr la simpatía del
público hacia la crítica de Zangke teniendo en cuenta el poco cuidado que pone
el realizador chino en el esquema narrativo del filme, simplificado en cuatro
historias con ninguna, o escasa, relación entre sí. La estricta linealidad
cronológica de “Un toque de violencia” resta méritos al filme, que, si bien no
termina de cuajar durante el último tramo de la historia, no deja de ser
precisamente la carencia autoconclusiva de Zangke uno de sus puntos fuertes al
convertir al espectador, y por ende a su disposición pensante, en parte activa
de la película.
Lo mejor: La voraz crítica a los
valores sociales del gigante Chino en ciernes.
Lo peor: Su escaso valor
narrativo.
Nota: 7
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