domingo, 16 de junio de 2013

Danny Boyle olvida sus raices


  James McAvoy es Simon, empleado de una casa de subastas que, acuciado por las deudas, decide colaborar en el robo de un famoso cuadro de Goya. Por supuesto nada saldrá como fue planeado y tras un desafortunado encuentro con el jefe de la banda (Vincent Cassel) perderá la memoria y el cuadro  caerá irremediablemente en el olvido. Con sus compañeros tras de sí, deberá acudir a unas sesiones de hipnosis a cargo de una espectacular Rosario Dawson para averiguar dónde guardo el botín. 


  Así comienza el primer intento del director británico Danny Boyle por volver a sus orígenes, al cine frenético y sin descanso que pudimos disfrutar en Tumba Abierta y Trainspotting. Ni siquiera es fácil dar por bueno el intento; Trance bebe de la necesidad de explicarse a sí misma durante el último, y pomposo, tramo de la película. No obstante, resulta emocionante para el espectador resolver este mind game a lo largo de la primera hora de metraje; Boyle une y desune las piezas de su rompecabezas, desestructurando la narrativa a la vez que la mente del amnésico protagonista se torna irreparable. Lo que podría parecer un perfecto puzzle al más puro estilo Nolan, se transforma en gatillazo mientras contemplamos impávidos como Boyle es incapaz de desatascar de manera sutil  el enredo de su propia trama. 



  Finalmente, al film no le queda otra que explicarse a sí mismo durante la última media hora, echando por la borda todo lo conseguido hasta entonces. La explicación, punto por punto, del film es un insulto a la inteligencia del espectador. Revelado el truco, la película pierde toda su magia, igual que el cada vez menos original Boyle, incapaz de volver a sus orígenes mainstream tras haber probado el sabor de los Oscar. 


Lo mejor: El trío protagonista (McAvoy-Cassel-Dawson) capaz de insuflar vida a un film decepcionante.

Lo peor: Contemplar durante una hora como van apareciendo las piezas del rompecabezas para descubrir finalmente que estas no encajan. 

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