Bien podría haber sido “La isla mínima” la encargada de abrir el 62 Festival de cine de San Sebastián, sin embargo fue Equalizer, debido a la popularidad de su actor Denzel Whasington, la encargada de hacerlo… pero tras ver el pase del nuevo film noir de Alberto Rodríguez muchos nos echamos las manos a la cabeza. “La isla mínima” es una película que va más allá de las generosas cualificaciones que la prensa especializada ha vertido sobre el cartel promocional del filme (“magistral”, “soberbia”, “brillante”, “absorbente”); “La isla mínima” es la culminación de la evolución del cine de género en nuestro país.
Alberto Rodríguez ya había probado las mieles del éxito con la sorprendente “Grupo 7”, y digo
sorprendente porque poca gente esperaba un trabajo tan cuidado del director de
“Siete vírgenes”, porque siempre se han mirado con recelo las producciones en
las que ha participado Mario Casas y sobre todo porque Antonio de la Torre era entonces
un desconocido para el gran público. De “Grupo 7” hasta hoy otros directores
jugaron con el cine noir como la
premiada “No habrá paz para los malvados” de Urbizu, mientras otros cineastas
probaban géneros hasta ahora poco tocados en nuestra industria como Kike Maíllo
con “EVA” o Mateo Gil con el western “Blackthorn”. Todos venían precedidos por
el exitoso cine de terror catalán abanderado por directores de la talla de
Jaume Balegueró o Paco Plaza, responsables de la saga “[REC]”.
Visualmente, “La isla mínima” está más cerca de California que de Madrid y las marismas por las que
sus protagonistas deberán adentrarse a medida que avance el caso, parecen más
bien sacadas del Misisipi y no del Guadalquivir. Alberto Rodríguez reconoció
que en su cabeza flotaban películas como “Seven” “Memories of murder” o “Arde
Misisipi”, pero que en ningún momento fue “True Detective” uno de sus
referentes a la hora de abordar la textura y el climax del filme; “mientras
editaba la película, Raúl (Arévalo) me mando un Whatsapp con una foto de
Matthew McConaughey y Woody Harrelson y me puso: “Nos han copiao”. Y yo le
dije: “Esto que es”. Cuando la serie de
la HBO se estrenó en Estados Unidos, el filem de Rodríguez ya estaba avanzado
con la fase de posproducción, por lo que parece fruto de la casualidad que dos
productos tan similares, tanto argumental como estéticamente, se hayan
producido de manera simultánea, a miles de kilómetros de distancia.
Ante una producción
de esta envergadura, lo fácil hubiera sido contar con un equipo de actores
internacionales para poder venderlo con más facilidad en el extranjero y, por
qué no decirlo, no contar con el infravalorado conjunto de actores de nuestro
país. Muchos ya lo habían hecho con anterioridad, de Amenabar a Rodrigo Cortés.
Alberto Rodríguez sorprendió a muchos con su casting, ya no por la nacionalidad
de sus actores, sino por el hecho de elegir a dos actores encasillados en la
comedia como Raúl Arévalo y Javier Gutierrez. Sobre todo, el último de ellos
está increíble, su interpretación huele a Goya y su personaje, tan cuidado
hasta el más mínimo detalle, aterra y conmueve al mismo tiempo. El papel de
ambos hace que no importe el papel
secundario de Antonio de la Torre, escueto pero conmovedor, o el de otros
actores que también saben sacar jugo a sus escasas apariciones como Nerea
Barros o Jesús Castro, quien alternó el rodaje de la película con el de “El
niño” de Daniel Monzón.
El genial trabajo del equipo actoral queda a la altura de guion de Rafael Cobos, de la magnífica
fotografía de Alex Catalán y de la conmovedora estampa que Alberto Rodríguez
retrata de las marismas del Guadalquivir, el nuevo Misisipi por el que fluye
esta fantástica película, tan negra como los culpables de los asesinatos que
están por resolver, y tan luminosa como el futuro de uno de los mejores
directores del cine español.
Lo mejor: La gran actuación de Javier Gutierrez, a la altura de un personaje tan interesante como
complicado de interpretar.
Lo peor: La aparición escasa, aunque justificada, de Antonio de la Torre.
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